viernes, 8 de enero de 2016

Olivenza, 1641. La perla de la frontera


         <<...Luego que se levantó Portugal, [...] y habiendo sabido el Conde que Oliuenza es vna villa dezerca de dos mil veçinos, y que aunque laestan fortificando no esta çerrada asta agora ni tan adelante lo que obran en ella, y demas desto los ánimos de los vecinos cuan poco firmes estaban en la rebelión, resolvió el de intentar sorprenderla...>>.

            Así inician las crónicas el relato de la verdadeira e milagrosa victoria que alcançarao os Portuguefes que afsistem na Fronteira de Olivença, que tuvo lugar durante el mes de septiembre de 1641, primer año de la llamada Guerra da Restauraçao de Portugal.

            Gobernaba entonces el Real Ejército de Extremadura, creado para luchar contra los rebeldes portugueses, don Manuel de Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey, quien tenía asentada su residencia en la ciudad de Badajoz, convertida en cuartel general. Frente a ella, al otro lado de la frontera, se encontraba Elvas, la gran plaza de armas del ejército lusitano. Sólo unos pocos kilómetros de distancia, y el curso del río Guadiana, separaba a las dos urbes enemigas.

            Al sur de ambas estaba Olivenza, considerada la tercera en importancia. Un lugar altamente geoestratégico, pues, situada en la margen izquierda de citado río, era paso obligado para comunicarse con Elvas, a través del llamado Puente de Ajuda.

            Es por tal motivo que Olivenza fue, desde el comienzo del conflicto, uno de los objetivos prioritarios a conquistar por parte del ejército castellano, que pretendía así obtener una vía de acceso directa y sin peligro al interior del país rebelde. Una autopista hasta la capital, Lisboa.

            Monterrey, exponiendo ante la Junta de Guerra su plan de ataque, daba cuenta de las ventajas que ofrecía ocupar la plaza oliventina y el vado ribereño que ésta defendía:

       <<... ocupar al mesmo tiempo que la Uilla la fortificación que tienen en la puente que llaman de Olivenza, que esta en la mitad del camino de aquella villa a Elvas, por impedir el socorro que de aquella plaza le puede venir...>>.

            Con el beneplácito de los ministros y del rey Felipe IV, el conde se dispuso a ejecutar aquella aventura militar, tan seguro como estaba de alcanzar el éxito. Era por entonces verano, fechas poco convenientes para hacer marchar a un potente ejército bajo un sol de justicia.

            Aún así lo intento el capitán general; pero por dos veces fue rechazado; incluso se dio la circunstancia que en una de ellas contó con ayuda de un oscuro personaje portugués, el cual se había mostrado partidario de entregar la plaza bajo unas condiciones previas. La cuestión es que el traidor resultó descubierto y, ante el miedo a sufrir represalias por su afrenta, abandonó la ciudad, dejando el ardid de Monterrey sin efecto.

            No se amilanó por ello don Manuel, y nuevamente planificó otra suerte contra Olivenza. Esta vez había que ganarla con el ímpetu de las armas. En cualquier caso, aún dejaba abierta la posibilidad de conseguir el triunfo de forma menos violenta:

            <<...Si suçediese el entrar en la uilla por ynterpressa, sea de poner particular cuydado enque los soldados no la saqueen ni hagan excessos nimalos tratamientos a lagente, y particular mente enlas yglesias y lvgares sagrados...>>.

            Pasados los rigores veraniegos, en las primeras semanas de septiembre, comenzó el definitivo avance castellano, liderado por el maestro de campo don José del Pulgar, uno de los oficiales de rango a las órdenes de Monterrey. Así lo describen las fuentes portuguesas del momento:

            <<...na tarde antecedente tinha saido o enimigo daquella praça de Badajos com muita infanteria, caualleria, & muniçoes, & todo genero de petrechos de fortificaçao [...] Derao pois a execuçam fus intentos com hua encamizada a 17 de Setebro hua Terça feira duas horas antes q a manheceffe, dia felice para efte Reino por fer das Chagas do Seraphico S. Francifco [...] chegarao a villa a tempo que a Lua fe pos, efcondedo fua claridade [...] chegarao algums homens de pè, & cauallo à porta que chamao do Caluario, dizendo aos da guarda que abriffem [...] mas ficarao defenganados, vendo fobir finco, o feis pela eftacada...>>.

            De nuevo la estratagema falló estrepitosamente, y no quedó más remedio que echar mano de arcabuces, mosquetes, picas, artillería,  y el célebre coraje de los soldados castellanos. Pero, ¡¡ay!!

            <<...Sucedióle mal a d. José del Pulgar, porque las guías perdieron la mayor parte de la infantería, y sólo la que iba con el petardo llegó con el dicho maestro de campo hasta el rastrillo de la puerta, con que no pudo hacer más ni menos la gente que, perdidos, tardaron tanto en llegar que dieron tiempo a Olivenza para ponerse en defensa [...] Esta mala fortuna le obligó a retirarse a Valverde, dejándose algunos muertos, y trayendo más de cincuenta heridos...>>.

            Mala fortuna, sí. En palabras del mismísimo jefe de la tropa atacante, se advierte el desaliento ante un sonoro fracaso:

            <<...Señor, acabo de llegar en este instante de aber prouado la mano alo que fui, que tan desgraciadamente no asido possible cumplirle a V.E el gvsto de berse dueño deste lugar q tan deseosso ybayo de q tuuiese ese efeto...>>.

            En cambio, para los oliventinos, aquella fue una  larga madrugada con un alegre despertar. Otra vez habían librado a su querida ciudad de fenecer bajo las garras del enemigo. El paisaje, tras la batalla, resultaba estremecedor:

            <<...Efclareceo a menhaa, parece que anticipandoffe para galardoar aos valentes Portuguefes o que obrarao com o famofo expectaculode Cadaueres Caftelhanos, & luzidos Cauallos mortos & deftroçados, q ao redor da porta, Trincheira, & campos circumuezinhos jaziam [...] Acharaofe muitos defpojos, Mofquetes Bizcainhos, & alguas efpadas, Piftolas, & crauinas, fellas, & adereços de cauallo...>>.

            Después de aquello ya no hubo más intentos de conquista; pero sí continuaron las escaramuzas por los campos próximos a la ciudad. Guerra viva, al fin y al cabo.

            Y así se vivió durante los años que siguieron, hasta que alcanzado 1657, y bajo mando del duque de San Germán, como cabeza visible del ejército extremeño, la valerosa Olivenza no pudo soportar un asedio más, y cayó, no sin antes haber ofrecido brava resistencia, en poder de las armas castellanas.
 
            Pero, esa, estimado lector, es otra historia.

En la imagen: plano del recinto amurallado de Olivenza, según diseño del ingeniero Nicolau de Langres. Mediado siglo XVII.
 

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