domingo, 7 de junio de 2015

Guerra en la frontera mirobrigense

La Guerra da Restauraçao de Portugal fue atípica.
 
Apenas se dieron ocasiones que puedan calificarse de batallas, entendiendo por ello la confrontación armada de dos ejércitos formados por gran cantidad de soldados.
 
Por norma, esta guerra se caracterizó por otro tipo de enfrentamiento, comunmente denominado escaramuza, o, de otro modo, ataques rápidos encaminados hacia un objetivo concreto.
 
Factores como la escasez de medios militares (hombres y pertrechos) fue motivo de que esa forma de hacer la guerra predominase sobre la clásica batalla. También la orografía del terreno fue excusa válida pues, tanto jefes como subordinados, preferían un combate a menor escala, mejor adecuado a un diseño geográfico dominado por cerros y montañas. Y, por último, el mayor grado de beneficio que podía obtenerse, exponiendo un riesgo relativamente mínimo, pues la lucha en campo abierto siempre era más peligrosa que la desarrollada en tierra abrupta.
 
Con tales razonamientos, se comprende que, desde el comienzo del conflicto, las entradas/escaramuzas estuvieran al orden del día, sucediéndose en cualquier punto de la frontera hispanoportuguesa.

Los informes que llegaban a Madrid dan fé de esta masiva preferencia militar. En una gran mayoría de las cartas figura como protagonista la "" guerra pequeña "".

Semejante modalidad guerrera, sólo perdió algo de interés en la etapa final del conflicto (1660-1665), tiempo en que las verdaderas batallas, movilizando enormes contigentes de soldados, hicieron mayor acto de presencia : Ameixial, 1663; Castel Rodrigo, 1664; Montes Claros, 1665.
 
Nos servimos de un año concreto como ejemplo, para conocer mejor el desarrollo de aquellas escaramuzas. Viajemos hasta 1642.
 
Como los dos antecedentes, y muchos otros que estaban aún por venir, ese año fue muy pródigo en sucesos militares, dónde el pillaje, como era costumbre, siempre primaba sobre otras metas. Así, las pretensiones no eran conquistar pueblos y aldeas, sino obtener un cuantioso botín, el cual se repartiría posteriormente entre todos los implicados en el ataque, atendiendo, como es lógico, a su categoría dentro del estamento militar.
 
Si bien el núcleo de la guerra se libraba en Badajoz y su territorio, también otros puntos de la frontera fueron escenario de enfrentamientos entre ambos bandos litigantes.
 
Al norte, fuera de los límites de Extremadura, la plaza de Ciudad Rodrigo se erigió en cuartel militar para el ejército castellano que defendía aquella comarca, gobernada por el duque de Alba.

Frente a esta demarcación estaba otra, la del portugués, en la zona llamada Ribacoa, que tenía como base la villa fortificada de Almeida.
 
Con el pretexto de evitar que los lusitanos concentrarán el grueso de sus fuerzas en un único distrito fronterizo, dispusó el de Alba realizar una entrada (digamos "escaramuza") que llamase la atención de los enemigos, minorizando así la presión que se ejercía, mayoritariamente, sobre la frontera pacense.
 
Responsabilizó del éxito de la misión a sus dos mejores oficiales: Juan Suárez de Alarcón, más conocido por su noble título de Conde de Torresvedras, y Alvaro de Vivero, mano derecha principal del Duque.
 
Liderando 1.200 soldados de a pie y 500 jinetes, se pusieron en camino ambos comandantes el día 17 de octubre.
 
Cruzaron la frontera por los vados situados junto a la localidad de San Felices de los Gallegos, encontrándose, frente a su posición, una vasta campiña cuajada de alquerias, aldeas y villas que, desconociendo el peligro que sobre ellas se cernía, tenían sus campos, ganados y haciendas totalmente descuidadas. Sin duda un inmejorable botín para los castellanos.
 
Comenzó la escaramuza sin hallar oposición. Dividióse al efecto en dos grupos el ejército invasor. Uno atacó la banda derecha, y el restante la izquierda.
 
Escarigo, lugar de apenas 200 vecinos y con sólo un retén de 60 soldados, fue el primero en conocer la rapiña de los hombres comandados por el Marqués de Creche, comisario general de la caballería castellana. Del incendio se salvó únicamente la iglesia.
 
Siguieron la estela de Escarigo las villas de Vermiosa, Almofala, Colmeal y Torre dos Frades. En esta última hicieron noche para descansar y reponer fuerzas la gente de Torresvedras y Vivero.
 
A la mañana siguiente, 18 de octubre, continuó la cabalgada, saqueándose el poblado llamado Mata de Lobos.
 
Horas más tarde, hacia el mediodía, la tropa invasora se presentaba ante las puertas de Escalhao, sin equivoco la población más importante y rica de cuantas habían hallado en su avance.
 
Toda la vecindad (más de 600 personas), estaba recogida en la iglesia, convertida en una auténtica fortaleza. Fue responsable de la defensa de la misma el sargento Joao da Silva Freio.
 
Soportaron el asedio durante largo tiempo.
 
Cuenta la tradicción escalonense que un hombre del lugar, de nombre Janeirinho, armado de valor y coraje, enfrentándose a un capitán que pretendía entrar en el reducto religioso, logró acabar con la vida del agresor, a la vez que gritaba, enardecido <<… Viva o Janeiro com a sua porra…>>.
 
Leyendas aparte, lo cierto, según los documentos conservados, es que los castellanos, viendo la imposibilidad de tomar la iglesia y faltándoles munición y víveres para seguir su correría, optaron por finalizarla, regresando aquella misma tarde a sus cuarteles de Ciudad Rodrigo.
 
Consigo llevaron muchas cabezas de ganado, gran bulto de ropa, utensilios varios, y otras menudencias que la soldada obtuvo en los saqueos de los pueblos atacados.

Así fue y así terminó una de las muchas acciones de guerra (escaramuzas) que tuvieron como escenario a la frontera extremeño-portuguesa.
 
Era sólo el segundo año de conflicto, y quedaban aun por cumplirse veintiséis campañas más.

IMAGEN: página inicial de la<< Relaçion de la entrada qe hiçieron em Portugal al enemigo el conde torres Vedras ca pitan general de la caualleria del exerçito de Civdad Rodrigo y Don Aluaro de Viuero, voz del exmº Duque de Alua, generalisimo del dho exerçito >>

 


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